Ando solo, leyendo en silencio y
nada va mal. Pessoa me desasosiega con arrogancia, noto cierta inquietud
creciente hacia todo, pero nada va mal. Y, renaciendo de un par de letras
juntadas por azar, casi malinterpretadas, vuelve, como la hiedra que rebrota de
la piedra, tu imagen. Basta con poco porque todo lo impregnas. Eres la
perturbadora idea que pulula sin cesar en todo lo que miro o toco, en todo lo
que recuerdo o imagino. Vives en el torreón que retiro por las mañanas hasta
los vastos confines del olvido pero que alcanzo todas las noches, cuando leo en
silencio y nada va mal. Y entonces, cuando inevitablemente veo de nuevo tus
labios y oigo el eco de tu risa extranjera allá a lo alto del torreón que me
busca y siempre reencuentro, todo comienza a ir mal -de lo bien que fue-. Suena
la trompeta de Chet Baker y me empuja hacia la espesa maraña de besos grabados,
a los que me dejo caer porque sé que aunque quieran herirme, primero me
acogerán como el mullido colchón que realmente son. Son otro tipo de heridas
las que quieren hacerme. El colchón me atrapa y me hundo en su fragosidad
febril, en el otoño eterno que no quiere recordar al verano ni dar paso al
invierno, en el callejón que puedo atravesar pero no quiero; o quiero y no
puedo, o no me dejo. Pero a medida que va avanzando el párrafo y lo voy viendo
tan espeso y oscuro, comprendo que, igual que me cuesta dar paso a uno nuevo
para seguir escribiendo, también soy incapaz de huir de las imágenes que me
atormentan y adoro. ¿Debo derruir la torre, último bastión de todo lo que me
queda, para seguir escribiendo? Entonces entra Baker y me canta, "Almost doing things we used to. There's a girl here and she's almost you"
Súbitamente abro un nuevo párrafo, con la única certeza de que deseo seguir atormentado y desdichado un poco más.
Súbitamente abro un nuevo párrafo, con la única certeza de que deseo seguir atormentado y desdichado un poco más.
Pablo Guillenea Castro
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