Los dos nos metimos en nuestras camas. La diferencia es
que él durmió y yo pasé la noche en vela. En el silencio de la noche, oía su
respiración, tranquila, y me pregunté si en sueños nos alejamos de la realidad
tanto como parece. A ese viejo le había pasado de todo, y sin embargo dormía
como si todo hubiese sido un mal sueño, como si hubiese despertado y todos sus
seres queridos estuvieran ahora con él. Tal vez soñar es el único modo de
juntarse con ellos, porque recordarlos en la vida real es muy duro, como una
tortura continua, y duele. Pero los sueños son más etéreos, más ligeros y los sentimientos
no están a flor de piel. Ojala yo pudiese concebir el sueño. Pensé de nuevo en
la cajita que ella me regaló. Esa melodía ya la conocía, era la vie en rose. Qué ironía. La
vida no es de color de rosa, el amor perfecto siempre acaba saliendo mal, y por
desgracia lo nuestro era un amor perfecto. Miré por la ventana. Un manto
aterciopelado de agua empañaba mi vista desde la ventana, y algo desfiguradas
las farolas irradiaban la escasa luz que me permitía ver la acera lo
suficientemente iluminada. Aunque era de noche y estaba lloviendo, la gente se
paseaba por la calle como si nada, hombres y mujeres que se cruzaban, que no se
conocían y sin embargo se observaban. ¿Qué vida tendría toda esa gente? ¿Sería
como la mía? Un hombre pasó por debajo de mi ventana y se paró apoyándose en la
farola. Tenía pinta de llamarse Harold. Por el rostro triste que llevaba,
imaginé que estaba esperando a alguien que no llegaría nunca. Llevaba un
sombrero gris y una zamarra verde caqui. Una bufanda tapaba parte de su cara,
pero los ojos, que son el espejo del alma, asomaban por encima de ésta y la
lluvia se encargaba de disimular sus lágrimas. Sin duda, esa persona no iba a
llegar y Harold lo sabía. Se cubrió el rostro con las manos, y convencido de
que nadie lo veía, comenzó a llorar en silencio. Miraba al cielo a veces como
pidiendo una respuesta, como esperando a que alguien le dijese el motivo de su
desdicha. Gesto que hizo en vano, pues si algo tenemos claro los hombres es que
los dioses nunca están cuando se les necesita. Harold se dejó caer de rodillas
al suelo y allí sus sentimientos se desbocaron. Gritó al cielo por su desamor,
descargando su ira contra el altísimo y después le dio unos cuantos puñetazos a
la farola. Ese pobre hombre estaba abatido, y yo mejor que nadie sé lo que es perder
al amor de tu vida, de una manera o de otra. Harold se levantó del suelo
empapado, y sin mediar palabra alguna, se alejó en la noche, como una sombra,
una fantasma, pues vivo no se sentía. Se había dejado el sombrero en el suelo.
Me puse las zapatillas y bajé con la cazadora en la cabeza, para no mojarme.
Cogí el gorro y miré la etiqueta. Orson. Se llamaba Orson.
Maialen Esteban Florentino, En la falda del Kilimanjaro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario