Un atardecer. Haciendo
algo completamente absurdo, con poco sentido para nadie, pero hermoso en sí
mismo. Es perezoso hasta el sol. En mí hay calma, la calma de la mente
aletargada en vida, la calma que no precede a una tempestad. El sol se pone y
me agita unos rayos desde el mar despidiendose…
Yo le sonrío unas lágrimas. Los dos estamos en calma.
Al mediodía, un mediodía frío después de una comida frugal.
O escasa…
Hace frío, entre mis pensamientos se transbaila (se
transluce y baila) el fantasma de una victoria reciente, que me provoca una
fresca calidez. Fuera hace frío, el sol se ha colocado un velo de niebla, subo
el leve montículo escuchado el ruido de mis propios pasos, hay más ruidos pero
no está el ambiente para hacerles caso. Mis propios pasos. El frío. Mi
intención ¡Tengo una intención! Busco a alguien. Ya estoy arriba. Ahora hacia
abajo. Por esas escaleras, las grises, en dos tramos. Uno…Un giro…Otro. Ya
estoy aquí. El suelo es gris. Hay niebla. Y no hay nadie ¡He venido a donde
ellos! ¿Dónde están? Les llamo. Ah…Ahí están, ya vienen, como luces plateadas.
Compartimos unos bombones. En medio de la niebla. Estaban helados, los comimos
poco a poco. Había prisa pero daba igual. Por un día… Dejamos que el tiempo
pasara..
Fue un día luminoso…Gracias.
Esa mañana era silenciosa, con una alegre musiquilla por
detrás.
Parecía que el mundo estaba sumido en la contemplación, limitándose
a mostrar todo su esplendor. Yo caminaba, pero creía volar. Todo pasaba en silencio y
sonrisa. Nada hacía ruido, hacía música. Las personas (si es que eran personas) caminaban sumidas en una luz
apacible. Todo era real pero nada lo parecía, personas demasiado luminosas, sonrisas demasiado
cálidas, calma demasiado calmada.
No podía ser real. O era demasiado
real. No tenía sombra. Creían no tener sombras. Pero es todo falso. Todo
mentira. Luz eléctrica.
Andoni Mendia García.
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